Por Leibi Ng
Hacía
ya muchos años que el Sol besaba a la Montaña. Con su resplandor la acariciaba
de la cúspide a la falda.
Marrón,
amarilla o negra en sus extensas laderas, ella siempre daba hijos verdes:
ornamentales o de suaves frutos.
El Sol
enamorado le trajo un día a Arco iris y abrillantó el espacio infinito de azul.
Con
jirones de nubes hizo un collar muy blanco que ella movió coqueta alrededor de
su garganta de piedra.
Claro y
diáfano, duraba el Día para siempre.
En
cierta ocasión, Sol se vio obligado a separarse de Montaña. Fue cuando
descubrió en un acantilado, una caverna cubierta de espesa vegetación. Helechos
gigantes, hiedras y enredaderas formaban una tupida puerta que ni el más
valiente rayo podía traspasar.
Sol se
puso frío de preocupación. Él que era el centro del universo, no podía permitir
que una simple cueva escapara de su luz.
Radiante,
esplendoroso, reunió toda la energía de su potente luz.
Primero
envió Rayos Tibios de la Alborada. Ágilmente lucharon contra Rocío y Escarcha
hasta evaporarlos en un débil rastro de humo gris. La cueva permaneció cerrada y
sin luz.
Después
llegaron raudos Rayos de Media Mañana. Lucharon con todo su calor, pero no
pudieron pasar de las enredaderas.
Finalmente
descendieron Rayos de Pleno Mediodía. Ardientes, verticales; quemaron piedras y
marchitaron hiedras, pero la cueva se mantuvo cerrada y sin luz.
Sol,
desaforado llamó a su hermano Viento.
Viento
rompió el collar de nubes de la hermosa Montaña. Así desató a Lluvia, agua
precipitada que suelta y juguetona dio muchísimas vueltas antes de regresar a
su mullida casa de algodón.
Por
horas, Viento y Lluvia azotaron a Montaña. Quebraron cedros, robles, ébanos y
caobos, sin contar limoncillos, aguacates y un manaclar sin dueño. Los pinos
destrozados cubrieron grandes zonas, pero la cueva permaneció cerrada y sin
luz.
Cuando
Viento y Lluvia se marcharon vencidos, hilos de plata descendieron
incontenibles: Montaña lloraba sus árboles caídos.
Tras el
susurro de riachuelos, una mujer de sombras, con piel hecha de sueños y pies
transparentes, con larga cabellera a modo de manto sobre el cuerpo desnudo,
salió de la caverna. Un grito agudo, como de ave triunfante salió de su
garganta. Calor, Lluvia y Viento había vencido, ¿dónde estaba ese Sol
arrogante?
Sol
regresó en ese mismo instante. Clavó en la extraña sus pupilas de fuego. Sin
poder soportarlo, ella corrió a ocultarse, pero sus pies de agua se le
voltearon presos de las raíces brotadas. Un grito de dolor se escuchó en el
silencio y Viento lo bautizó "jupido".
Cubrió
sus pies distintos con su melena enorme. Perdida, elevó altiva su mirada de
orgullo. Desafiante clavó en el astro sus pupilas de abismo.
Valiente,
Sol enfrentó aquella ira por él desconocida, pero lanzas de hielo penetraron en
su cuerpo candentes y enigmas y misterios, preguntas sin respuestas hirieron
brutalmente su cuerpo hecho de luz.
Fue en ese momento que escaparon unidos los
colores de la vida: azul, rojo, amarillo... dejaron el espacio a uno solo más
fuerte que creció incontenible amenazando a Sol.
Entonces
Montaña se removió temblando desde la tierra llana, retorciendo su cumbre.
Todos los hijos verdes se estremecieron juntos y desencadenaron un poderoso
alud. Entre lluvia de piedras y sacrificio de árboles Sol se recuperó.
Cegada
para siempre, Ciguapa tambaleaba. Sus pies volteados negáronle equilibrio. Y
ahora que no podía darle a nadie la espalda, si entraba o si salía del refugio
de piedra fue de vida o de muerte... Cayó precipitada y su larga melena
brillante de betún iba cubriendo todo con su oscuro misterio: los árboles, las
peñas, los ríos y sus orillas, bohíos y corrales, valles, pueblos y riscos...
La Noche había nacido para oponerse al Sol.
Desde entonces, la claridad termina después de
doce horas de cálido esplendor. El Sol besa a la Montaña. La rodea de Arco
iris, de un infinito azul, después se va prudente dando paso a esta Noche que
oscura y silenciosa hace brillar estrellas en su enorme melena de apagado
carbón.
***
A
veces, en luna llena, Montaña se apiada de Noche Serena. La deja entrar con la
tristeza prendida en su melena... dicen que va derecho hasta el charco de plata
que hay en su antigua cueva y con polvo de estrellas se lava sus dos pies.
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