miércoles, 2 de octubre de 2019

La ciguapa, por Juan Bosch (esta es una transcripción de OBRAS COMPLETAS, 1989)



Guasiba: tu paso onduloso, tus piernas duras y cobrizas, tus manos oscuras, tus brazos llenos, tu pecho alzado, tus hombros rectos y sólidos, tu cuello recio; Guasiba: tu piel brillante y parda como la yagua seca, tu boca en relieve, tus dientes apretados, tu nariz curva y audaz, tus cejas negras y lisas, tu frente estrecha, tu pelo negro que robaba luz, tus ojos pequeños, bravos y precisos; Guasiba; el óvalo largo de tu cara, la curva violenta de tu barbilla, tus pómulos altos, tus orejas redondeadas como el guanicán: ¿sábes dónde están ahora, Guasiba? Se fue comiendo todo eso la tierra húmeda y voraz, la negra tierra que orilla el Guaiguí. Yo sé dónde, Guasiba: bajo una piedra grande. Mucho tiempo ha estado cantando a tu vera el río que desciende al sao, mucho, bello macorix. Durante todo él no se ha cansado la tierra de morderte. Tú debes haberlo visto desde Coaibai, macorix, Guasiba.


En los haitises y en los saos de tierra adentro sopla el mara; por Higüey, venido de Andamanay, el huracán. El huracán, antes de que las lomas se llamaran Macoríx, trajo otra gente: firmes los hombros, fieros en el mirar, audaces; la frente se les alargaba en una pluma de guaraguao.
Anaó, Anaó la callada, Anaó flor de montañas, fue despierta a la creación una mañana, orillas del Jaigua. El caribe, que la hizo suya tenía raras figuras pintas con bija sobre el pecho duro.
Fue después de haber salido nueve ces Nonun cuando el bohío de Anaó tuvo visita: de nariz curva y corta como el caribe, ojos negros y bravos como el caribe, pequeñito todo lo más posible, Guasiba llenó la barbacoa en el bohío de Anaó.


Guasiba: niñito tú, ya eras odiado. Te veían mal porque tu padre era de una raza conquistadora; porque tenías en los ojos un brillo imponente; porque Anaó, tu madre, la flor más preciada en todos los saos y en todos los haitises que bañan el Jaiguá, el Cuaba, el Jima, el Xenobí y el Bija, no quiso, después de tu nacimiento, llevar su carne en ofrenda al bohío de otro taíno. El padre Yuna, Guasiba, tan lento, tan majestuoso, tan hermoso, pasaba por Jaguá nada más que para sentir los ojos de tu madre Anaó retratados en sus aguas; las anas sentían envidia de ella, de su sonrisa lenta y brillante, de su olor sano y grato; la cama gallarda no tenía tanta realeza como el talle de Anaó tu madre, Guasiba. El caimoní que come sol y sangre, asomado al río, no era tan rojo como los labios de Anaó. ¿Comprendes ahora por qué te odiaban los taínos, Corazón de Piedra?
Aquí en Maguá no: vivo tú, te quisimos; muerto hoy, te recordamos con agrado.
En toda la llanura de Maguá no encontrarás a Mayuba, Guasiba.


Con una voz fina y alegre, tan alegre como el trino del yaúbabayael, cantaba sus areítos Anaó, la taína de Jaguá.
"En tierras de Maguá -decía su canto- vive la ciguapa bella y olorosa, la ciguapa de cabellos negros y brillantes, la ciguapa que camina de noche y tiene los pies al revés".
"De noche sale -seguía el areíto-. De noche, cuando los cocuyo iluminan el bosque. Es bajita y se cubre con sus cabellos. Vive en los árboles, en el jobo, en el guanábano bienoliente".
La voz fina y alegre de Ana se oía todo el día. Cantaba si buscaba digo, si guayaba la yuca para hacer el casabi, si buscaba cipey para alisar el piso del bohío. Siempre cantaba la taína Anaó.
Infinidad de veces se iluminó el Jubobaba; años tras años el yaúbabayael sintió envidia de Anaó; día tras día oyó Guasiba el areito de la ciguapa. Y ya fuerte, cuando iba por los bosques en caza de ciguas o el conuco para buscar el maisi y la yuca, o al río para traer el agua, Guasiba perdía horas ojeando los árboles tras el bulto de la ciguapa que de día dormía y de noche recorría los caminos.


Yocanitex, el viejo bouhiti, juraba haber visto una ciguapa por tierras arijunas.
¡Nada! —decía— tan blanco como su sonrisa, nada tan oloroso como su cuerpo, nada tan erguido como sus senos".
Y terminaba:
¡Yocarí Vagua Maorocoti, el bueno y el grande rey de los dioses, dará en premio una tierra nueva e inmensa al que le dé hijos de una ciguapa".
Guasiba, hombre ya, oía y callaba. Se veía camino de Maguá; soñaba de noche con la ciguapa. Ninguna mujer parecía bella a los ojos de Guasiba.
Por aquellos días, cuando Nonum lloraba sobre la tierra, noche a noche, con lágrimas que traspasaban el bosque y se posaban en la hoja seca, se iba a conversar con las cibas menudas de la playa o con la raíz más crecida del mamey. Tanto anduvo solo, tanto pensó, que pareció cambiado. Muchos amaneceres le encontró Guey, la bien cortada cara entre las manos, los codos en las rodillas, la mirada sobre las aguas fugitivas de Jaiguá.
Un día los pies de Guasiba empezaron a pisar otro polvo: hacia acá vino, hacia nuestra hermosa Maguá.


Macorix Guasiba: bien que se alegraron tus ojos y bien que se ablandó tu tristeza en estas tierras de Maguá.
Maguá es como una sabana grande hasta lo increíble, adornada con esbeltas canas y claros ríos, adonada con toda clase de árboles; Guey y Nonum se riegan por toda la tierra de Maguá sin tropezar lomas; crecen en ella el apazote y el digo para perfumar al viajero. Nuestra tierra te dio guayabas, anonas, pitahayas, yabrumas. ¡Y de más cosas que te hubiera dado Maguá, de más nos hubiéramos sentido contentos, Corazón de Piedra!
Tu piel era más oscura que la mía; a pesar de estar como dormidos tus ojos anunciaban más fuerza y decisión: los músculos de tus piernas eran duros como la madera del capax. Ahora lo recuerdo, Guasiba, ahora.
Anoche Nonum estaba limpia y sola en el turey. Anoche se reunieron los hombres y los niños en el batey y para que yo les contara tu historia, macorix. Guarina, la reina Guarina, con su collar de caona al cuello y la cabeza adornada con anas, vino también a oír tu historia. Ellos quieren que yo los lleve a Guaiguí, que levante la ciba grande que pesa sobre tu cuerpo. Tú debes haberlo oído desde Goaibai, en el país de Soraya.


Toda la tierra que nos dio Guaguyona conoce tu historia, de Higüey a Jaraguá, de Jubobaba a Bainoa, de Guaniba a Samaná.
En las noches oscuras, si llueve y los pequeños tienen miedo, la madre habla así al hijo:
"En Guaiguí está, bajo una gran piedra, el macorix Guasiba. Vino de tierras lejanas, a través de todo el Maguá, en busca de la olorosa y bella ciguapa".
Todo Maguá piensa en ti; todo Maguá te recuerda. Ya no hay río ni bosque que no haya oído de ti.
"La ciguapa camina de noche —cuenta la madre al hijo— y el macorix bello y tranquilo camina de noche tras ella".
Todo Maguá piensa en ti. Yo he puesto alas de guaraguao a tu historia, Guasiba.


Oídme ahora: yo cuento así:
Guasiba llegó enfermo, con mucho fuego en la piel y los ojos hinchados, al pie de Guaiguí. Guaiquí está allí cerca, hacia donde Guey duerme todos los días. Allá llegó él, encendido, antes de que los cocuyos alumbraran. Yo puedo señalar el lugar donde él durmió esa noche, pero no me atrevo a ir porque estoy viejo y cansado. Fue sí al tronco de una cuaba, el más hermoso de todos los que coronan el guagí. Del Guaiquí baja cantando el río de igual nombre. Allí, a orilla del río, durmió Guasiba. Un amacey echaba hojas sobre las aguas y perfumaba el aire. Guasiba olía el amacey y sentía sueño.
Dos días y dos noches así estuvo, porque el calor del sol no le dio contento, sino cansancio.
Ha pasado ya buen tiempo. El gran Yocarí Vagua Maocoroti me enseñó a hablar con los graciosos pájaros. Nadie aprendió antes de mí el lenguaje de las higuacas. Una higuaca fue la que me dijo la historia de macorix Guasiba, la historia de sus dos últimos días.
Oídla: ella contó así:
Los ojos negros de la ciguapa más bella y más arisca de maguá vieron, la segunda noche, la sombra del indio. Ella sabía tras qué andaba el macorix.
Estuvo largo y largo rato contemplándole. Después bajó del amacey, cariñosa y distinta. Al inclinarse sobre el cuerpo del enfermo un gigantesco cocuyo le iluminó el negro cabello. Apenas se alzó un punto de brillo en los ojos de Guasiba.
La ciguapa arisca estaba tierna y admiraba la barbilla atrevida y los músculos duros, más duros que el capax, del macorix. Pero de los labios encendidos de Guasiba sólo una palabra salía: Anaó.
Mucha agua del río había pasado frente a ellos cuando la ciguapa vivió la verdad: frío como la ciba en la noche, frío hasta dar miedo se hizo el cuerpo del enfermo. Se habían cerrado sus ojos y los labios tenían color de maisí tierno.
Todo esto vio la ciguapa; todo esto vio y lloró.
Los guaraguaos comen carne y quizá vinieran en busca de la de Guasiba. Su opía podía, además, quedar vagando por los caminos tras los vivos, para asustarles de noche.
Con sus propias manos, pequeñas, oscuras y ágiles, cavó la ciguapa el hoyo, a orilla del Guaiguí. Guey al levantarse en la mañana, encontró cambiada de sitio la ciba grande, la más grande cerca del arroyo.
Aquel día sintieron las mujeres de Maguá, todas las que viven a lo largo del Guaiguí, después que éste cambia su nombre por Camú, que las aguas con que llenaban los canarís eran saladas. La higuaca me contó que les dieron ese sabor las lágrimas de la más bella y arisca ciguapa que viviera en Maguá.


Macorix Guasiba: la tierra negra y voraz, la tierra húmeda y alta de Guaiguí se ha estado comiendo tu cuerpo recio, tus ojos tristes y bravos a la vez. Quizás Anaó tu madre te espere todavía en su bohío.
Yo digo tu historia en el batey, cuando Nonum alumbra.
Bello y silencioso, el amor te dio vida y muerte. Aun así como estoy, cansado y viejo, siento alegría y orgullo si te recuerdo. Estaba muy joven cuando atravesaste mi tierra, casi tan joven como tú. Pero guardo en la memoria tu cuerpo musculoso, tu paso elástico y tu pelo negro.
En el país de Soraya está Coaybay; descansa en él.
Aquí, donde moramos los hombres, tienes un canto eterno: el del río Guaiguí, que murmura tu nombre.

Tres leyendas. Juan Bosch

No hay comentarios: