miércoles, 10 de septiembre de 2008

EL "HUPIAR" DE LA CIGUAPA



Ilustración: Federico Cantú

El jupiar es forma y música del comunicativo canto de la ciguapa. Carente de lenguaje articulado, sólo el ruido es su palabra.

Por el DR. MARCIO VELOZ MAGGIOLO
para Coloquio
sábado 28 de octubre de 1989

Todavía en mis años de infancia había cuatreros que se colocaban los zapatos al revés y ponían botas en igual orden a las bestias, para caminar en el barro y hacer creer que iban, y no que venían.

Podría decirse que tenían la técnica de la ciguapa, porque ésta, según decían los viejos del vecindario, con los calcañales al revés, se mueve hacia delante pero deja sus huellas mirando hacia atrás.

Yo siempre aspiré a ver las ciguapas.

Cuando tenía 8 años soñaba en las piernas de mi abuela con ese ser que vivía en las sierra de El Maniel en donde los ascendientes de Rafaela Núñez y Cabral viuda Maggiolo habían tenido fundaciones.

Desde pequeño me preguntaba: ¿Son sólo mujeres, son sólo seres femeninos? Mi lógica infantil me llevaba a la convicción de que también existían los ciguapos, porque ¿se qué manera se reproducían esos seres que sólo "jupiaban", o quizás hipaban, envueltos en cabelleras largas y sedosas que recuerdan las del ciguayo, indio que llevaba el pelo largo, y cuyo nombre étnico se parece tanto al de la ciguapa.

Mi duda infantil se vio satisfecha cuando mi viejo amigo Romeo Martínez me dijo que Mongo Matos, antiguo habitante de Villa Francisca, le confirmó que a veces se habían cazado ciguapas empreñadas.

Pero... ¿y los ciguapitos, no tendrían los pies normales? La verdad era que nunca se habló de los ciguapos. ¿Sería que los ciguapitos en cuanto sentían el tabaco y la mano dura de la comadrona enderezaban sus pies, venciendo la genética, y saliendo tal y como eran: bellos y aindiados muchachos que nada tienen que ver con leyenda alguna?

Los viejos de los patios, muchos procedentes de la zona cordillerana, aseveraban que las ciguapas no podrían hablar, que "Jupiaban o jipiaban" emitiendo un sonido que sólo ellas mismas entendían en medio de la noche; se sabía que lloraban junto a las indias de los charcos, cuyos peines desenredaban sus cabelleras parecidas a las de las ciguapas. Se sabía que las ciguapas bebían claror de luna, cantilena de arroyo despeñándose, cuando la noche era clara. Se decía que junto, a las indias de los charcos, esperaban el retorno de los caciques muertos en las matanzas de Higüey y Maguana, por Esquivel y Ovando. Desde entonces las indias de los charcos y las ciguapas andan juntas. Allí, cerca del corral de los indios de San Juan de la Maguana, en tierras de Jaragua, salen hacia los caminos y silban en la noche fermentada de cocoyos. Se las ve en el sitio de Juan de Herrera, en donde una vez murió una de maleficio, y le tiñeron los ojos con bija.

En Juan de Herrera, cuyo camino desemboca en el corral de los indios, todavía los espíritus de los taínos salen y se vuelven murciélagos. En Juan de Herrera todavía existe un núcleo de espíritus del pasado que gira en torno a sus habitantes y tiene contacto con ellos. Allí entre los cambrones distantes del pie de monte, viven varias ciguapas.

Don Fabián dice que no envejecen; doña Matilde, que hila algodón aún con el sistema indígena, señala que las ha visto y que su piel brilla como el charol.

En Juan de Herrera, y es voz sabida, una muchacha fue raptada hace ya años por el espíritu de un cacique. "Se la llevó el indio"; se sabe porque una noche se presentó en los sueños de Agueda, y le informó que la María había sido llevada al mundo de los tiempos idos, en donde abundan aún el casabe y donde las mariposas eran permanentes.

La noche en que fue raptada, las ciguapas "jupiaron", tronó, llovió rúdamente, y los caminos de piedra apisonada brillaron como nunca, como si en vez de agua cayese plástico derretido,vidrio líquido y cristalino. Una ciguapa acompañaba al cacique.

Los viejos se reunieron para atrapar a la ciguapa. Usaron de todos los encantos posibles, pero no pudieron conseguir el perro cinqueño de patas negras cuya característica es el poder alcanzarlas. No tenían tampoco el dominio del silbo que marea estas damas de la noche. Sin embargo, a sabidas de que la buscaban y de que los suyos lloraban, la María vino en sueños y le narró a Agueda cómo vivía.

Peinaba a las indias, daba de comer a las ciguapitas, y vivía al lado del cacique quien adoraba pasar sus manos callosas y viejas sobre el cuerpo pintado de luna nueva.

Todavía en la localidad se dice que la sombra de la María se pasea por los caminos de La Maguana de manos de dos ciguapitas de cuatro a cinco años. La llaman por su nombre:

-!Maríaaaaaaa! -y desaparece, pero se le siente cantar una canción distante:

El amor es tan pequeño
que no se puede lavar
porque se convierte en sueño,
agua que no tiene dueño
escapándose hacia el mar.

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