miércoles, 10 de septiembre de 2008

DE CIGUAPAS Y CIGUAPOS


Por Manuel Mora Serrano

Para Coloquio

Sábado 28 de octubre de 1989

Cronológicamente hablando, la primera vez que la voz “Ciguapa” aparece en nuestra literatura es, en la novela de Francisco Xavier Angulo Guridi, que fue publicada en el año 1866 en el periódico El Tiempo, según Rodríguez Demorizi; porque el profesor Francisco Batista García en un artículo, señala, que en el fichero del historiador Vetilio Alfau Durán consta que apareció en los números 15 y 22 de el Tiempo, en febrero de 1876.

Sin embargo, el mismo Guridi señala en su obrita: “Partidario, pues, de todo lo nuevo o sorprendente, y avezado y al camino de Altamira, tomé el de Palo Quemado (rumbo a Puerto Plata) el día cuatro de junio del año de mil ochocientos sesenta (1860).

Pues bien, hablando con un joven en el camino, dijo que “en nuestra patria no se conocen los peligros como en otros países”, el joven le dijo: “¿Qué dice usted?” “Y el contestó. “Digo que no hay malhechores en esta parte española” “Ah, es verdad –contestó su interlocutor, pero en cambio hay otra cosa que roba y mata sin quitarnos la vida o el dinero”; ante su asombro le dijo que era: ¡La Ciguapa!

Jacinto –que tal era el nombre del muchacho- le dijo: -La Ciguapa, caballero, la Ciguapa es criatura que con alma como nosotros alienta sólo por el exterminio de nosotros mismos.

Agregó luego: -Para que comprenda bien el “mágico poderío” de la Ciguapa, será preciso que lo vea confirmado en la desgracia que lloro sin cesar en medio de estas anchas soledades.

Y le contó que tuvo una novia llamada Marcelina, que vivía “a espaldas de esa montaña que besando viene el río”, en la casa de su padre de ésta, y que, cuando la hermosa Marcelina tuvo quince años, le confesó su amor a la orilla del Bajabonico y se comprometieron, cuando se lo iban a confesar al viejo Andrés, padre de ella, en medio de su felicidad, ella gritó: ¡”Dios mío… ¡La Ciguapa!” y luego se desmayó, que él se alejó con ella del lugar y cuando volvió en ella, le dijo: “Oh, Jacinto mío, íbamos a ser felices… pero yo vi la Ciguapa… Adiós Jacinto”; a los tres días murió.

Jacinto aclara que es “nacido y educado aunque a medias en la ciudad de Santiago” y que no participa por ella de las ideas y supersticiones de estos candorosos campesinos, pero que: “Se dice que antes del Descubrimiento de esta Isla existe una raza cuya residencia ha sido siempre el corazón de estas montañas; pero que se conserva en toda su pureza, durmiendo en las corolas de los cedros, y alimentándose de los peces de los ríos, de pájaros y frutas”.

“Tiene la piel dorada del verdadero indio, los ojos negros y rasgados, el pelo suave y lustroso y abundante, rodando el de la hembra por sus bellísimas espaldas hasta la misma pantorrilla. La Ciguapa no tiene otro lenguaje que el aullido, y corre como una liebre por las sierras o salta como un pájaro por las ramas de los árboles tan luego como descubre a otro ser distinto de su raza, porque es sumamente tímida e inofensiva al mismo tiempo”.

“En general se le atribuye una sensibilidad sin ejemplo, y se añade que habiéndola capturado algunas veces por medio de trampas abiertas en los bosques, se le ha visto morir a pocas horas de dolor, anegada en su mismo llanto; pero sin exhalar una sola queja ni menos revelar indignación”.

Juan Bosch dice: “La Ciguapa es una diminuta mujer india, cuyos cabellos la visten. Tiene los pies al revés y sólo camina de noche. Mucha gente asegura haberla visto, más siempre es difícil cogerla, porque para conseguir tal cosa es menester perseguirla con un perro cinqueño. Abre en las horas de la noche las mal cerradas puertas de las cocinas campesinas con el fin de comer carne cruda. Ningún campesino es capaz de dejar parte del animal sacrificado en el patio o en la cocina de aldaba floja”.

Cuenta un tal Eliseo Veloz “de los lados de Tavera” le refirió que una vez tuvo una Ciguapa amarrada al pie de un catre en su casa”.

Sostiene luego: “Esta de la Ciguapa es, sin duda alguna, un indígena leyenda que nos ha llegado por boca de las generaciones. Indio es el color de ella, negro el cabello, habita en los bosques, como las Opías y muchos Cemíes. Sólo sale de noche, igual que en la abuela religión las almas de los muertos: indígena es u meloso nombre y sólo la dulce lengua aborigen podía sacar a flor de labios tan bella leyenda”.

LA PROSOPOGRAFÍA Y LA ETOPEYA DE LA CIGUAPA ES RIQUÍSIMA

Don Sócrates Nolasco me dijo, además, que él creía que el mito de la ciguapa tenía su origen en el canto de la perdiz, que este parece un jupido. Pero tan simple no es el asunto, de ahí a imaginar una mujer pequeña, peluda, salvaje, amorosa, que vive entre los árboles y tiene una deformidad precisa, los pies volteados, hay tamaño trecho.

Podría ser, de acuerdo, que surgiera un mito alado, de un pájaro idealizado, pero no más.

Lo único que tenemos claro es que la palabra no es taína. José Juan Arrom se lo declaró a Arístides Estrada Torres y, además, en ninguna forma puede relacionarse la mitología taína con un ser semejante; no hay ningún idolillo o estatuilla o figurita pintada o tallada que represente un ser semejante. Es más, lo de los pies volteados no parece ser de mucho tiempo, porque en Angulo Guridi no lo registra.

Bosch sostiene que el mito tiene algo que ver con las Opias o las almas de los muertos, que los indígenas imaginaban vagando de noche, pero hay referencias de que “salen de día en montes muy oscuros”.

Hay un hecho constante: viven en las montañas.

Se dice que hay machos y hembras desde Angulo Guridi. Pero la idea general es de que “sólo hay hembras”.

Muchos creen que no hablan, la mayoría; pero algunos sostienen que articulan palabras como Ak-perro y sio-perro y hasta hay quienes digan que hablan como nosotros.

Se alimentan de “peces y frutos” según Angulo Guridi; de Manteca y Sal, según otros y hasta de guineos maduros.

Muchos sostienen que son especies de duendes traviesos, que se entretienen galopando caballos en las noches y tejiendo bucles y clinejas en cris y rabos equinos.

Todos declaran que son bien dotadas para el amor. Ya no matan el objeto amado como antes, sino que buscan perpetuar la especie y se lo llevan a sus refugios hasta que quedan embarazadas; para escapar según otros, es necesario comer sal o bautizarlas.

Rosado Quezada ya contó como supo de un pleito en el cual una ciguapa vieja con las uñas muy largas, mató un perro jíbaro y éste a ella, por lo que, además, cuando son viejas, pueden ser muy peligrosas.

En lo demás, son de color oscuro (Indio), tienen el pelo negro, los ojos negros, son bellas de rostro, un poco deformes en la proporción de sus miembros (a pesar de lo dicho por Angulo Guridi), como dice Nolasco es posible que tengan las piernas muy flacas; son velludas y tienen el pelo largo.

No es indígena el mito, se trata de una leyenda que ha tejido el pueblo, ese mismo pueblo que aún vive en el neolítico en pleno siglo veinte, en cuanto a sus medios de producción, y en cuanto a los instrumentos de su cultura, y es nuestra, pese a la mitología colombiana de la Maripipana y a La Salvaje ecuatoriana tan parecida a la nuestra; puede sostenerse, sin duda alguna, que es una leyenda nacional.

Sea un sedimento romántico de la raza indígena como sostienen algunos; sea el cruce del negro y la india desde los tiempos en que no había negras, se originaron como creen otros en el Bahoruco cuando el alzamiento de Enriquillo, o como fuese, el hecho es que la Ciguapa es una bandera, auténtica de dominicanidad.

Amemos la Ciguapa arisca y bella, la que tiene los pies al revés, la que se enamora de los hombres, como la flor viva de las razas nacionales, como la rosa abierta de la leyenda patria, veámosla, vestida únicamente de sus cabellos mientras que jupea con dulzura, hagamos su retrato para la eternidad, hagamos su escultura para el aceite pluridimensional de los sentidos, para que sea nuestra reina; llevémosla a la literatura, al cuento, al teatro, al ballet, a la música culta y a la popular, porque ella es un poema, porque simboliza el sumun de la rebeldía, el fruto de los indios alzados que pelearon junto a Guarocuya y de los negros cimarrones que se le unieron, contra el enemigo común y ofrendaron su sangre en nombre de la más hermosa palabra de la historia: la libertad.

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