viernes, 29 de agosto de 2008

BESTIARIO LATINOAMERICANO

FIRMA INVITADA*Centro Virtual Cervantes*Rinconete*Sobre Rinconete*Bestiario latinomericano, (VIII). La Ciguapa

Miércoles, 11 de enero de 2006

Por Alexander Prieto Osorno

Bestiario latinoamericano, (VII). El Trauco

El hombre que responde al canto de la Ciguapa está perdido. Las ciguapas poseen una belleza extraordinaria, cubren su desnudez con sus largas cabelleras, son como sirenas en medio de los campos y la manera más rápida para identificarlas es mirar a sus pies, pues los tienen al revés y dejan huellas contrarias al rumbo que llevan. Ellas embrujan a los hombres con su hermosura, sus ojos y su canto, los aman hasta la saciedad y luego los matan.

Salvo por sus pies invertidos, son mujeres de belleza perfecta. Los dominicanos testifican que se trata de una raza muy antigua que vive en la isla desde mucho antes de la llegada de los españoles. Tienen la piel morena, los ojos negros y rasgados y una agilidad y gracia de movimientos que deja embelesados a cuantos las han descubierto en las sierras. Nunca se les ha visto hablar, pero sí emitir una suerte rara de aullidos suaves y musicales, cuya sensualidad es imposible de resistir. Corren como liebres por los bosques y saltan como pájaros entre las ramas de los árboles al advertir el paso de los hombres y, a la menor ocasión, atacan con sus terribles armas de seducción.

La Ciguapa ha sido llevada a la literatura por numerosos narradores dominicanos, desde Francisco Javier Angulo (Santo Domingo, 1816-1884) con su cuento «La Ciguapa», hasta Leibi Ng (Santiago, 1954) con su libro Secreto de monte, cuentos juveniles sobre ciguapas. Son personajes míticos inseparables de la obra de Emelda Ramos (Salcedo, 1948) y del llamado «ciguapólogo por excelencia», Manuel Mora Serrano (Pimentel, 1933), quien les dedica totalmente su novela Goeíza.

Los dominicanos tienen muy viva esta leyenda y aseguran que las ciguapas son hembras extrañas, salvajes y mágicas que habitan las montañas. Algunos campesinos señalan que son pequeñas, de no más de un metro de alto, otros indican que tienen el cuerpo cubierto de vellos muy finos, otros más afirman que son altas, delgadas y de piernas largas, e incluso hay quien las describe como «una especie muy bella de pájaros emplumados». Sin embargo, coinciden en que son hermosísimas, salen de noche de sus escondites y se alimentan de aves, peces y frutas. El gran peligro que entraña la Ciguapa radica en que es rabiosamente enamoradiza y, en cuanto descubre un hombre en sus territorios, no descansa hasta cazarlo, exprimirlo y matarlo.

Al parecer, el origen del mito de las ciguapas son las leyendas aborígenes de los arahuacos antillanos, de los taínos y de los pueblos precolombinos llegados a República Dominicana. El escritor Marcio Veloz Maggiolo (Santo Domingo, 1936), en su búsqueda de las raíces de este mito, encontró una versión de la Ciguapa en Brasil, con el nombre de (la o el) «Curupí», un espíritu de la selva amazónica que tiene los pies al revés, que fue descrito por un misionero español del siglo XVI y que bien puede ser el ancestro de la ciguapa dominicana. Para ciertas tribus amazónicas, Curupí es un macho, y para otras es una hembra, pero ante todo es un pequeño mago protector de la fauna y la flora que recorre la manigua para castigar a los hombres que molestan e indignan a los espíritus de la selva. Veloz Maggiolo halló también en Paraguay a un ser de pies invertidos, llamado Curupa, que es referido por los guaraníes como un enano de enorme y largo falo, con el cual enreda y atrapa a las mujeres para poseerlas sexualmente y subyugarlas.
La tradición oral dominicana dice que existe una forma secreta de atrapar una Ciguapa y esta es perseguirla, en noches de luna llena, con un perro de manchas blancas y negras, pero que sea cinqueño; es decir, que tenga cinco dedos en cada pata. Y el mito reza que la Ciguapa no resistirá el cautiverio y que morirá de pena a las pocas horas sin emitir ningún quejido. Pero que se sepa, hasta hoy nadie ha tenido la suerte de conseguir un perro cinqueño para salir a cazar ciguapas, y menos aún, ha visto morir de pena a una Ciguapa en cautiverio. Por eso no se atreva usted a caminar por los montes buscando perros cinqueños o ciguapas, porque lo más probable es que termine como presa de una de ellas, que lo seducirá con su canto, sus ojos y su desnudez tentadores, y le dará un placer tremendo y doloroso antes de matarlo.


Buzón de Rinconete
http://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/enero_06/11012006_02.htm

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